.jpg)
Cuidar a los padres cuando se hacen mayores es, para muchas personas, una de las experiencias más profundas y contradictorias de la vida. Es un acto de amor y de presencia, pero también una fuente de dolor sutil y constante.
Nadie te prepara para ver cómo quien antes era tu refugio empieza a necesitarte.Te conviertes en su apoyo, su compañía, su memoria… y así, sin darte demasiada cuenta, comienzas a vivir un duelo anticipado.
Es en lo cotidiano que empiezas a darte cuenta que tus cuidadores, ya no son más esas personas que ante tu angustía solían tener una respuesta convincente que te calmaba, un refugio y un apoyo en cualquier momento. Ahora empiezas a ser tu quién coge el teléfono para explicarles que todo está bien, que el teléfono móvil se puede desbloquear y consigue volver a funcionar sin que se acabe el mundo, o quien les ordenas los cajones para que encuentren el par de bragas o calzoncillos que tienen en la frente pero que llevan una semana buscando.
Quien está en esta situación, suelen estar en alerta, pendientes de que todo esté bien. Suelen pensar que si no lo hacen ellos, algo se desmorona. Este exceso de responsabilidad, les hace hacerse cargo de todo el mundo, incluso cuando ya no hace falta, cosa que genera mucha culpa por no decir que no. Aprendieron que amar era cuidar y ceder.
Ese cansancio emocional se ha hecho crónico en el cuerpo y la mente sigue funcionando como si aún tuvieran que sostener a todos. Sostener a todos, descuidando su bienestar o posponiendo sus cosas.
Y es aquí donde aparace la pregunta, más o menos consciente, en tu cabeza: "Y ahora ¿quién va a cuidar de mi?" Sin saber muy bien cuándo ocurrió, dejaste de ser la cuidada a ser quien cuida..
A veces, sin que nadie lo diga en voz alta, un hijo o una hija o une hije asume responsabilidades emocionales o prácticas que no le correspondían.
Puede ser porque uno de los padres estaba enfermo, emocionalmente ausente, deprimido, inmaduro o porque había conflictos constantes en casa.
Ese niño o adolescente aprendió a cuidarse y/o cuidar hermanos menores, contener, mediar entre los padres, resolver… cuando todavía necesitaba ser cuidado.
Y aunque de adulto pueda parecer “fuerte”, “maduro” o “autosuficiente”, en el fondo arrastra una fatiga emocional profunda: la de haber tenido que sostener a otros antes de tener los recursos para sostenerse a sí mismo.Y cuando llega la vejez de los padres, este patrón se reactiva con fuerza.
Te cuento el caso de Maricielo, mujer de 53 años, separada, profesional independiente. Llega a consulta porque no puede más. Se ha dado cuenta que su vida se reduce a trabajar y limpiar su casa. Pocas amistades, su hijo mayor, no la visita desde hace años y el ocio se lo permite con cuenta gotas. La culpa, el aislamiento y la soledad se sienten fuerte. Está enfadada con ella, con el mundo y con su madre porque desde adolescente había tenido que cuidar de sus padres (madre con depresión y padre emocionalmente ausente). Justo ahora que empieza a rehacer su vida, la madre empieza a dar sintomas de demencia senil y no puede caminar. Toca hacerse cargo...otra vez!
En estos momentos, puede que te sientas triste sin una razón clara. Te preocupas por hacerlo todo bien, pero nada parece suficiente. Te duele verlos envejecer, pero a la vez sientes culpa por necesitar descansar.
Sientes una mezcla de amor, rabia, miedo y ternura… todo al mismo tiempo. Y te vuelves a ahcer la msima pregunta: "Y ahora, ¿quién va a cuidar de mi?
Cuidarte pasa por aprender a priorizarte, a hablar cuando te pasan cosas, a no aislarte. Requiere pedir ayuda y dejarte sostener por la red que tengas. A veces toca llorar, a veces reir, a veces enfadarte...y así paso a paso vas caminando el duelo y encontrando respuesta a esa pregunta. Incluso, tal vez, llegas a comprender que todo lo que has vivido te ha ayudado a aprender a amarte. .
Reconocer un duelo anticipado
Paso a paso, te vas dando cuenta que lo que está pasándote no es sólo una pérdida: también es una forma de amor profundo. Te permite mirar la vida con más ternura, valorar una mirada, una sonrisa, el día a día y decir adiós poco a poco, con gratitud y presencia. Los padres y madres nos siguen enseñando a pasar por este mundo hasta su último suspiro y a quedarnos con lo que de verdad importa.
No es cuestión de resignarse, sino de acompañar la transformación: de tus padres, de la relación con ellos y sobretodo de ti misma/o/e en este nuevo papel. Porque cuidar de los padres mayores es una manera de honrar la historia compartida y de cerrar el círculo con dignidad y cariño.
Sin comentarios
