Apego y duelo: Cómo influye tu historia cuando afrentas una pérdida?

El duelo no es sólo tristeza. Es confusión, es preguntarte "y ahora quién soy yo si esta persona ya no está?", es silencio y, en muchos casos, una sensación profunda de vacío. Se trata de una experiencia viva, que ocurre momento a momento. No es algo que “superamos”, sino algo que atravesamos para reorganizar nuestro mundo interno. Es una invitación, a veces forzada, a mirarnos con más verdad.

Como te he contado en alguna ocasión en este blog, cada quien vive el duelo de forma distinta, y mucho de eso tiene que ver con el estilo de apego que desarrollamos en la infancia. Pero ¿qué es eso del apego?

El apego es la forma en que aprendimos a querer y a sentirnos seguros con las personas que amamos.
Cuando éramos bebés, si alguien nos abrazaba, nos cuidaba cuando llorábamos y estaba presente, aprendimos a confiar en que el amor es seguro.

Pero si crecimos con personas que a veces estaban y a veces no (física o emocionalmente), o que no nos mostraban cariño, entonces aprendimos a tener miedo de perder a los que queremos, o a no mostrar lo que sentimos para no sentirnos heridas.

Esa forma de querer —que aprendimos en la infancia— la seguimos usando, aunque no nos demos cuenta. A eso le llamamos ‘estilo de apego’.

Y cuando perdemos a alguien, esa forma de querer también influye en cómo sufrimos y cómo nos cuidamos.

Apego seguro: suele transitar el duelo con más capacidad de autorregulación. Es más fácil que pueda sostener el dolor, pedir ayuda y cuidarse con compasión. Personas que suelen venir a terapia si necesitan acompañamiento. 


Apego ansioso: Busca respuestas, contacto, y puede quedar atrapado en la necesidad de recuperar lo perdido. Sería la persona melancólica, todo el día mirando el móvil por si su ex escribe, dice algo, sale en las redes o comenta algo. Siente que si no habla con su ex, no puede calmarse.


Apego evitativo: Puede parecer que está “bien”, pero en el fondo evita sentir el vacío emocional. Sería la persona que después de una pérdida, llena la agenda de actividades, quedadas con gente que ni le va ni le viene o rápidamente, se busca otra pareja, casa o trabajo y no suele hablar del tema.


Apego desorganizado: Siente confusión y ambivalencia. Puede fluctuar entre el deseo de conectar y el impulso de huir del dolor o del vínculo. Suele ser quien se aleja de todos tras perder a su mejor amigo, pero al mismo tiempo se enfada si nadie la llama. Quiere consuelo, pero no confía en nadie.

El duelo como portal hacia el amor propio

Aunque parezca paradójico, el duelo puede abrir una puerta poderosa al amor propio. No de inmediato, claro. Primero puede ser necesario habitar la tristeza, la rabia, la culpa. Pero al reconocernos en nuestro dolor, también descubrimos partes de nosotros que necesitan cuidado, atención y ternura. 

Aprender a darnos lo que antes pedíamos fuera —presencia, validación, respeto, tiempo— es una forma de auto-reparación. Es comenzar a dar y recibir dentro de uno mismo.

Retos:
- Sostener la incomodidad sin distraernos.
- Aprender a recibir consuelo, incluso cuando sentimos que no lo merecemos.
- Reconocer nuestras necesidades sin juicio.
- Reestructurar nuestra identidad después de una pérdida.

Frutos:
- Mayor contacto con nuestras emociones.
- Relaciones más auténticas y recíprocas.
- Un amor propio que no nace de la perfección, sino de la autoescucha.
- La posibilidad de vivir nuevas experiencias sin quedar atrapados en el pasado.

El duelo no solo es perder a alguien. Es perder una versión de nosotros mismos, una expectativa, una etapa. A la vez, es una oportunidad para revisar cómo damos y recibimos, cómo nos cuidamos, y cómo amamos —incluyéndonos a nosotros mismos.

Cada emoción es una puerta. Cada pérdida, un maestro. Y cada paso hacia el amor propio, un acto de sanación.

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